Sábado 28 de febrero - 20 horas
EL ESTADO DE LAS COSAS
(Der Stand der Dinge, Alemania, Portugal, Estados Unidos, 1982, blanco y negro, 117 minutos)
Dirección: Wim Wenders.
Producción: Chris Sievernich.
Guión: Wim Wenders, Josh Wallace y Robert Kramer.
Dirección de Fotografía: Henri Alekan, Fred Murphy, Martin Schafer.
Montaje: Jon Neuburger, Peter Przygodda y Barbara von Weitershausen
Música: Jürgen Knieper y Jim Jarmusch.
Elenco: Patrick Bauchau, Allen Garfield, Isabelle Weingarten, Geoffrey Carey, Jeffrey Kime,Arturo Semedo, Samuel Fuller, Francisco Baiao y Robert Kramer.
Un equipo de cine rueda, en Portugal, un remake de un viejo film de ciencia-ficción sobre un holocausto nuclear. Pero, primero, se quedan sin rollo de película, y luego el productor desaparece. Entonces, el director comienza a preguntarse, desesperado, si alguna vez conseguirá acabar la película.
Ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia.
El punto de partida es una situación hermética: Friedrich, director de origen alemán, rueda con dinero americano una película en Portugal, un remake de The most dangerous man alive (El hombre más peligroso vivo) de Allan Dwan. El lugar del rodaje es un hotel en la costa, abandonado y medio en ruinas por la tormenta. No parece haber ya personal, y los habitantes de las localidades cercanas apenas prestan atención al rodaje. Allí Joe Corby, el cámara, comunica al director que ya no les queda negativo y que no puede seguir rodando, ya que el productor del proyecto se ha ido a Los Ángeles unos días antes.
Con el rodaje, también la vida de los implicados en él amenaza con sufrir un estancamiento repentino. De hecho, al principio cada uno se refugia en alguna afición; la mayoría prosigue con cámaras, cintas magnetofónicas o blocs de dibujo la captura de escenas, palabras e imágenes; esta interrupción descompone el equipo en varios individuos que se dedican, desorientados, a su inesperada soledad. Por lo menos todavía hay un teléfono, del cual, sin embargo, no salen más que comunicaciones fragmentarias; Joe Corby, quien parte hacia América para acudir al entierro de su mujer, habla de continuar el rodaje como si éste fuera la única salvación posible de su propia vida.
Finalmente, Friedrich también viaja a Hollywood para dar con el productor desaparecido y su dinero. Hasta entonces ha creído más en la vida misma que en historias narrables y es justo este credo lo que ha ahuyentado a los inversores americanos. Al final el director se ve seriamente enredado en una historia, la del productor Gordon, a quien se ha acercado demasiado a través de su búsqueda. El desenlace será fatal para ambos. Poco antes surge en su conversación la siguiente frase: “La muerte es la gran historia, de eso tratan todas las demás”.
Wenders rodó El estado de las cosas en la primavera de 1981 en una fase en que el rodaje de Hammett se había detenido por discrepancias de opinión con el productor, Coppola; para el cineasta alemán, El estado de las cosas significó también una elaboración de las dolorosas experiencias con Hollywood.
Algo misterioso rodea a los personajes, motivos y situaciones que Wenders nos presenta aquí. El director no se atribuye la más mínima omnisciencia sobre sus personajes, que no son meras criaturas de su omnipotencia narrativa, sino que desarrollan una desconcertante vida propia cuyos secretos sólo revelan parcialmente. Ante todo quedan sin aclarar sus relaciones con el mundo exterior. A más tardar cuando comprende el papel que implica el trabajo en conjunto para los miembros del equipo, el espectador se ve asaltado por una consternación que sin embargo es inmediata. Antes, en cambio, resulta fascinante la magia de las imágenes.
A pesar de que el material en blanco y negro, pasado de moda en el momento de la producción, provenía de remanentes de todo el mundo acopiados laboriosamente por Wenders, éste logró una unidad estilística intachable. En la mayoría de las tomas uno cree percibir puros blancos y puros negros, aunque en el fondo eso no sea posible en una película en blanco y negro; en medio surgen imágenes que sólo consisten en sensibles gamas de distintos tonos de gris, como en la escena de la casa abandonada de Gordon. Ésta parece uno de los lugares encantados de La bella y la bestia de Cocteau, también rodada por Alekan, el director de fotografía de Wim Wenders.
Aunque no se note conscientemente, este nivel de alusiones y asociaciones no deja de ser sumamente fascinante. En las primeras imágenes se piensa en Stardust Memories (Recuerdos) de Woody Allen y luego en Fata Morgana de Werner Herzog, con los despojos en un paisaje desolado. Delante del hotel hay una piscina abandonada, y tal vez uno recuerde la frase irónica y genial de Raymond Chandler de que no hay nada en el mundo más vacío que una piscina vacía. También se remite varias veces a The Searchers (Más corazón que odio) de John Ford, pues se habla del valor de los personajes que amenazan con perderse en una larga odisea de búsqueda. Cuando un torso de madera atraviesa la ventana durante una tormenta y cae en la habitación de Friedrich, éste parece entenderlo como un signo, así como los hombres de The Searchers percibían a un tronco de enebro: recuerda a la vieja quimera de poder comunicarse en sueños con otras personas, sin límites de tiempo y espacio.
Quizás Wenders no haya realizado ninguna otra de sus películas con una perfección comparable a esta; pero es justamente el control de los recursos lo que da lugar a la espontaneidad ante la cámara. Wenders también aprendió de su gran modelo Ozu la humildad de renunciar a los efectos por el bien de una observación despierta de todo cuanto le suceda.
El estado de las cosas contiene asimismo un ajuste de cuentas crítico con Hollywood como un alegato del modo europeo de hacer cine. “Ahora sé cómo se narra”, dice Friedrich a su productor, a quien ha vuelto a encontrar. Wenders lo sabe de verdad. Eso también afecta a la estructura narrativa de El estado de las cosas. La interrupción del rodaje actúa en secreto como una explosión en los personajes, que desde entonces se alejan de modo imparable unos de otros, mientras que sólo indicios guardados en el ordenador del productor evidencian el rodaje.
H.G. Pflaum
Función realizada con la colaboración del Goethe-Institut Buenos Aires.
Temporada IX / Función 174
Cineclub La Rosa
Austria 2154
Elenco: Patrick Bauchau, Allen Garfield, Isabelle Weingarten, Geoffrey Carey, Jeffrey Kime,Arturo Semedo, Samuel Fuller, Francisco Baiao y Robert Kramer.
Un equipo de cine rueda, en Portugal, un remake de un viejo film de ciencia-ficción sobre un holocausto nuclear. Pero, primero, se quedan sin rollo de película, y luego el productor desaparece. Entonces, el director comienza a preguntarse, desesperado, si alguna vez conseguirá acabar la película.
Ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia.
El punto de partida es una situación hermética: Friedrich, director de origen alemán, rueda con dinero americano una película en Portugal, un remake de The most dangerous man alive (El hombre más peligroso vivo) de Allan Dwan. El lugar del rodaje es un hotel en la costa, abandonado y medio en ruinas por la tormenta. No parece haber ya personal, y los habitantes de las localidades cercanas apenas prestan atención al rodaje. Allí Joe Corby, el cámara, comunica al director que ya no les queda negativo y que no puede seguir rodando, ya que el productor del proyecto se ha ido a Los Ángeles unos días antes.
Con el rodaje, también la vida de los implicados en él amenaza con sufrir un estancamiento repentino. De hecho, al principio cada uno se refugia en alguna afición; la mayoría prosigue con cámaras, cintas magnetofónicas o blocs de dibujo la captura de escenas, palabras e imágenes; esta interrupción descompone el equipo en varios individuos que se dedican, desorientados, a su inesperada soledad. Por lo menos todavía hay un teléfono, del cual, sin embargo, no salen más que comunicaciones fragmentarias; Joe Corby, quien parte hacia América para acudir al entierro de su mujer, habla de continuar el rodaje como si éste fuera la única salvación posible de su propia vida.
Finalmente, Friedrich también viaja a Hollywood para dar con el productor desaparecido y su dinero. Hasta entonces ha creído más en la vida misma que en historias narrables y es justo este credo lo que ha ahuyentado a los inversores americanos. Al final el director se ve seriamente enredado en una historia, la del productor Gordon, a quien se ha acercado demasiado a través de su búsqueda. El desenlace será fatal para ambos. Poco antes surge en su conversación la siguiente frase: “La muerte es la gran historia, de eso tratan todas las demás”.
Wenders rodó El estado de las cosas en la primavera de 1981 en una fase en que el rodaje de Hammett se había detenido por discrepancias de opinión con el productor, Coppola; para el cineasta alemán, El estado de las cosas significó también una elaboración de las dolorosas experiencias con Hollywood.
Algo misterioso rodea a los personajes, motivos y situaciones que Wenders nos presenta aquí. El director no se atribuye la más mínima omnisciencia sobre sus personajes, que no son meras criaturas de su omnipotencia narrativa, sino que desarrollan una desconcertante vida propia cuyos secretos sólo revelan parcialmente. Ante todo quedan sin aclarar sus relaciones con el mundo exterior. A más tardar cuando comprende el papel que implica el trabajo en conjunto para los miembros del equipo, el espectador se ve asaltado por una consternación que sin embargo es inmediata. Antes, en cambio, resulta fascinante la magia de las imágenes.
Aunque no se note conscientemente, este nivel de alusiones y asociaciones no deja de ser sumamente fascinante. En las primeras imágenes se piensa en Stardust Memories (Recuerdos) de Woody Allen y luego en Fata Morgana de Werner Herzog, con los despojos en un paisaje desolado. Delante del hotel hay una piscina abandonada, y tal vez uno recuerde la frase irónica y genial de Raymond Chandler de que no hay nada en el mundo más vacío que una piscina vacía. También se remite varias veces a The Searchers (Más corazón que odio) de John Ford, pues se habla del valor de los personajes que amenazan con perderse en una larga odisea de búsqueda. Cuando un torso de madera atraviesa la ventana durante una tormenta y cae en la habitación de Friedrich, éste parece entenderlo como un signo, así como los hombres de The Searchers percibían a un tronco de enebro: recuerda a la vieja quimera de poder comunicarse en sueños con otras personas, sin límites de tiempo y espacio.
Quizás Wenders no haya realizado ninguna otra de sus películas con una perfección comparable a esta; pero es justamente el control de los recursos lo que da lugar a la espontaneidad ante la cámara. Wenders también aprendió de su gran modelo Ozu la humildad de renunciar a los efectos por el bien de una observación despierta de todo cuanto le suceda.
El estado de las cosas contiene asimismo un ajuste de cuentas crítico con Hollywood como un alegato del modo europeo de hacer cine. “Ahora sé cómo se narra”, dice Friedrich a su productor, a quien ha vuelto a encontrar. Wenders lo sabe de verdad. Eso también afecta a la estructura narrativa de El estado de las cosas. La interrupción del rodaje actúa en secreto como una explosión en los personajes, que desde entonces se alejan de modo imparable unos de otros, mientras que sólo indicios guardados en el ordenador del productor evidencian el rodaje.
H.G. Pflaum
Función realizada con la colaboración del Goethe-Institut Buenos Aires.
Temporada IX / Función 174
Cineclub La Rosa
Austria 2154
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