viernes, 8 de enero de 2010

Alfredo Li Gotti: “El cineclub enseña y forma al espectador”

“Iba con los proyectores y las películas a todos lados”, dice entre risas quien proyecta cine desde chico. Comenzó con los vecinos del barrio, pasó por clubes, asociaciones, bibliotecas, cineclubes y en cuanto lugar pudiera difundir su "berretín" por el cine. Desde 1988 tiene su propia sala en la casa donde vive desde hace más de medio siglo. Allí, entre afiches, proyectores y películas, conversamos con el padrino del Cineclub La Rosa.


- Alfredo, ¿por qué siguen siendo importantes los cineclubes?
- No es lo mismo ver una película que ir a un cineclub. El cineclub enseña y forma al espectador, ayuda a mostrar distintas películas de un director, seguir temas o movimientos de la historia del cine. Yo di cine desde siempre. Iba con los proyectores y películas a todos lados. Luego, entre 1980 y 1996 di más de quinientas funciones para Núcleo, muchas de ellas en mi propia sala, “Félix Giuliodori” (llamada así en homenaje a un gran amigo mío coleccionista de cine), que se inauguró en 1988, y desde hace ocho años programo mis propios ciclos, con la colaboración de mi nieto Cristian. Allí teníamos un eslogan que decía “Aprenda cine viendo cine”.

En el cineclub hay una preparación y un debate posterior. Así se aprende mucho, porque hay personas que ven lo que otros no. Una película tiene que verse dos o tres veces para disfrutarla del todo. No puede verse una sola vez, aquél que dice “ya la ví” en realidad no terminó de comprender la obra.

Y también considero que un cineclub puede servir para rescatar aquellas películas que han pasado desapercibidas, esas que están fuera del circuito y tienen mucho valor, contemporáneas o clásicas.

- ¿Qué cambia de una película cuando se la ve con público?
- Una sala sin espectadores no es nada, no tiene vida. Siempre digo que soy muy egoísta, porque el primero que goza del espectáculo soy yo, quien lo brinda. Y así lo hice toda mi vida, porque me gusta ver cine rodeado de la gente, no me gusta verlas solo. Con público es otra cosa, se siente la calidez del espectador. El proyector, la pantalla y el espectador le dan vida a una película, sino el cine pierde esa comunicación. Una lo goza más si comparte con otras personas que gustan del mismo espectáculo que uno ofrece. De hecho, hay películas que no las he visto porque no he tenido a alguien a mi lado que haya gustado de ellas.

- ¿Qué cine prefiere?
- El que más me gusta es el italiano, todo el período neorrealista y también el Fellini de 8 ½ (1963) o Amarcord (1973). Al mismo tiempo admiro mucho el realismo poético francés de los años ’30 y ’40: Marcel Carné, Jean Renoir, Julien Duvivier. Todavía cuando veo esas películas me siguen conmoviendo, a pesar de haber sido criticadas por ser filmes crudos, amargos. Jacques Prévert, gran poeta, fue uno de los guionistas de esa época.

En general, prefiero el drama íntimo, las películas de carácter social, eso me conmueve. El hombre de carne y hueso, los problemas sociales, políticos, existenciales.

Otra corriente que me encanta es la de Europa del Este de los ’50 y ’60, especialmente los polacos. Allí hay grandes películas y grandes directores como Andrzej Wajda, Roman Polanski y Krzysztof Kieslowski. Lo tienen todo, no sólo la técnica. Hay que reconocer que es un cine extraordinario.

Y por supuesto el ruso, principalmente Sergei Eisenstein. El díptico que hizo con Sergei Prokofiev, la forma en que lleva el ritmo del montaje y la música en Iván el terrible (Ivan Groznyy I, 1944) y su continuación, La conspiración de los boyardos (Ivan Groznyy II: Boyarsky zagovor, 1946), son dos joyas.

- ¿Por qué hay que ver los clásicos?
- Porque el clásico perdura a través del tiempo. Hay películas que hoy se estrenan y dentro de dos o tres años desaparecen, nadie las vuelve a ver. Los clásicos, en cambio, son los que crearon el cine, y por eso se pueden seguir disfrutando. Por eso pienso además que es muy importante mostrar el cine mudo, que hoy se ha perdido un poco. Era todo imagen, cine puro, como el que realizaba F.W. Murnau (nota: en el Cineclub La Rosa proyectamos Amanecer [Sunrise, 1927] con música en vivo) era uno de los grandes, a mi juicio el mayor director alemán, lástima que se murió tan joven.


- Nombró muchas, pero si tuviera que elegir tres películas que lo hayan impactado, gustado o emocionado, cuáles no podrían faltar.
- Una sería Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948), de Vittorio De Sica. Otra que le tengo mucho cariño es 8 ½ (1963) de Federico Fellini, y la tercera sería Les enfants du paradis (Los niños del paraíso, 1945), de Marcel Carné, que es una conjunción de todas las artes, una gran película filmada durante la ocupación alemana. En la Argentina, que se conoció con el título Sombras del paraíso, fue mutilada, se proyectó en una versión de 90 minutos cuando la original dura tres horas. Yo la tengo completa en 16mm.

- ¿Cómo se imagina el futuro de los cineclubes?
- Yo soy de los que aman el cine y los cineclubes, pero no sé si les veo mucho futuro. Creo que de a poco se va muriendo la pasión por el cine, y si bien es una cuestión económica, ya que sale más barato comprar una película trucha que pagar una salida al cine de toda una familia, pasan generaciones sin saber lo que es ir a una sala. Además, en otra época había muchos más cines, en cada barrio había tres o cuatro, los estrenos llegaban del centro a las pocas semanas, la gente se acostumbraba a ir a ver dos funciones seguidas… eran otros tiempos. Hoy el televisor achica todo. Hay cintas que deben verse en pantalla grande. El cine está hecho para ver en las salas. Cuando veo una película en un televisor siento que pruebo las películas, pero no las gozo. El verdadero goce está acá, en la sala.

En la casa uno puede pausar las películas, hablar por teléfono o comer. Ni hablar de lo que pasa en las salas que venden pochocho. Eso es algo que yo vi mucho antes de que llegue a la Argentina cuando viajé al Festival de Toronto, Canadá. No podía creerlo, “cómo va a estar un tipo comiendo pochoclo mientras ve una película”, pensaba. Al poco tiempo lo estaban vendiendo también acá…

- Pero así como un cineclub ayuda a descubrir una filmografía o un determinado tipo de cine, ¿no podría colaborar con la recuperación de esos espectadores que el cine comercial pierde?
- Sí, es posible, y también podría ayudar a recuperar una cultura cinéfila. El que va a un cineclub no va sólo a ver una película, va a mucho más que eso: a que le cuenten un poco de qué se trata la película, quién es el director, dentro de qué estilo se encuentra, la época. Yo trabajo mucho sobre eso, escribo, busco información, es parte de lo que uno le brinda al espectador, para que se lleve algo más que ver una película.

Entrevista de Emiliano Penelas
Programador del Cineclub La Rosa


La película de Alfredo
El cineasta Roberto Ángel Gómez está finalizando la edición de un documental llamado Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila.

El largometraje, que se filmó a lo largo de dos años, cuenta la vida y el amor de Alfredo por el séptimo arte y se introduce en el descubrimiento del particular mundo que existe dentro del coleccionismo cinematográfico. Seguramente en algún momento, luego de su estreno, la podremos compartir en el Cineclub La Rosa.

Las fotografías que ilustran esta nota son gentileza de Vanesa Pereira y fueron tomadas durante el rodaje del documental.