miércoles, 31 de agosto de 2016

Función suspendida

La función de "Sabiduría garantizada" ha sido suspendida. Próximamente informaremos la nueva fecha de reprogramación.

domingo, 21 de agosto de 2016

El sabor de la cereza

El sábado se realizó el homenaje a Abbas Kiarostami en el Cineclub La Rosa, con la proyección de la película que le dio la Palma de Oro en el Festival de Cannes, El sabor de la cereza.






Ayer y hoy

Emiliano Penelas, programador del Cineclub La Rosa, presentanto la función de El sabor de la cereza de este sábado y en una foto con Abbas Kiarostami, en el Festival de Cine de Mar del Plata1998.



lunes, 15 de agosto de 2016

Homenaje a Abbas Kiarostami

En el marco de nuestra décima temporada, y tras superar las 200 funciones del Cineclub La Rosa, realizamos una función especial dedicada al maestro iraní, recientemente fallecido. Será el sábado 20 de agosto a las 21 horas.


Sábado 20 de agosto - 21 horas
EL SABOR DE LA CEREZA
(Ta'm e guilass, Irán / Francia, 1997, color, 98 minutos)
Dirección, guión y montaje: Abbas Kiarostami.
Producción: Alain Depardieu y Abbas Kiarostami.
Dirección de Fotografía: Homayon Payvar
Elenco: Homayoun Ershadi, Abdolrahman Bagueri, Safar Ali Moradi y Afshin Khorshid Bakhtiari.


Un hombre de mediana edad decide suicidarse. Su única preocupación es encontrar a alguien que le ayude y se comprometa a enterrarlo. Esta situación le permite conocer a una gran variedad de personajes. Palma de Oro en el Festival de Cannes 1997.


"En Teherán, ciudad capital de Irán, las cerezas pueden ser consideradas como un fruto poco común y difícil de hallar, de sabor agridulce; una metáfora perfecta para nuestro héroe anónimo que decepcionado de la vida busca librarse de ella".


"Es una película incómoda, lenta y difícil. Casi puede leerse como una extensa alegoría: el viaje interior de un extraño personaje que ha decidido suicidarse y busca a alguien que le ayude a ser enterrado dignamente, para evitar ser devorado por perros y aves carroñeras. El paisaje general que Kiarostami elige para reflejar el alma del protagonista es la periferia de una gran ciudad, a mitad de camino entre una mina abandonada y un vertedero". (Eugenio Sánchez Bravo)


Abbas Kiarostami nació en Teherán, Irán, el 22 de junio de 1940, y falleció en París, Francia, el 4 de julio de 2016. Cineasta y fotógrafo iraní, considerado uno de los más influyentes del Irán postrevolucionario y uno de los más consagrados directores de la comunidad cinematográfica internacional.

Estudió Bellas Artes en la Universidad de Teherán, trabajó como diseñador gráfico y después ingresó en el Centro para el Desarrollo Intelectural de Niños y Jóvenes Adultos, donde creó una sección de cinematografía. Allí comenzó su carrera de cineasta, cuando tenía 30 años de edad, con el cortometraje neorrealista El pan y la calle. En 1969 se casó con Parvin Amir-Gholi, de quien se divorció en 1982; tiene dos hijos: Ahmad (1971) y Bahman (1978).

Kiarostami pertenecía a la generación de cineastas que creó la renombrada nueva ola del cine iraní, que comenzó en los '60 y se popularizó a partir de 1970. Esta corriente creó filmes artísticos innovadores con un alto contenido filosófico y político; algunos empleando realismo, otros mediante metáforas. También es poeta; publicó una colección de sus versos en 1999, Compañero del viento.


Tras sus primeros largometrajes (¿Dónde está la casa de mi amigo?, 1987; Close up, 1990; Y la vida continúa, 1992, A través de los olivos, 1994), obtuvo su definitiva consagración internacional con la Palma de Oro del Festival de Cannes de 1997 por El sabor de las cerezas. Desde entonces ha continuado su exitosa obra cinematográfica (El viento nos llevará, 1999; ABC África, 2001; Ten, 2002; Five, 2004) —por la que ha obtenido más de setenta premios—, además de participar en instalaciones museísticas y exposiciones fotográficas. En 2006, con motivo de la exposición Correspondencias: Víctor Erice y Abbás Kiarostamí presentó instalaciones como Durmientes (2001), Mirando el Ta'ziye (2004) y Bosque sin hojas (2005).

Su penúltima película, estrenada en nuestro país como Copia certificada, le valió a su protagonista, Juliette Binoche, el Premio a la interpretación femenina en Cannes 2010.

Filmografía (largometrajes): El viajero (1974), Gozaresh (1977), Párvulos (1984), ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), Deberes (1989), Close Up (1990), Y la vida continúa (1992), A través de los olivos (1994), El sabor de las cerezas (1997), El viento nos llevará (1999), ABC Africa (2001), Ten (2002), Five Dedicated to Ozu (2003), 10 sobre Ten (2004), Shirín (2008), Copia certificada (2010), Like Someone in Love (2012)


Temporada X / Función 201
Cineclub La Rosa
Austria 2154

Abbas Kiarostami, los ojos abiertos tras unas gafas oscuras

Hacía tiempo que Abbas Kiarostami sospechaba de la realidad. Probablemente la encontraba demasiado explícita, demasiado luminosa, demasiado real. Pese a hablar con toda seguridad inglés (y hasta francés), cada entrevista era meticulosamente traducida desde el farsi por su traductora de cabecera. Siempre la misma (lamento no recordar el nombre).



Probablemente, y de la misma manera que se protegía de la luz con unas espesas gafas oscuras, hacía otro tanto del incómodo trajinar de palabras que poco entienden y que apenas explican nada. Su verbo era pausado; su gesticular, grave, y su risa, rítmica. Le gustaba interrumpir su propio discurso con alguna leve carcajada que compartía, ante la cara de idiota del periodista, con su intérprete.

Ayer por la noche llegaba el anuncio de su muerte. Un cáncer gastrointestinal acababa con la vida del hombre que descubrió al cine la posibilidad del silencio, del tiempo que discurre dentro del propio tiempo. Hablamos de un cineasta empeñado en mantener hasta las últimas consecuencias la máxima de Bresson que exigía hacer cine por omisión, no por acumulación. "Vivimos un mundo polucionado de imágenes", acostumbraba a decir no tanto como una queja sino como la posibilidad de un reto. Y lo decía con el convencimiento del que entiende que para mirar hace falta aprender a ver antes. No basta la realidad, lo importante es lo que le da sentido. Y quizá por ello las gafas oscuras, la distancia de la traducción, la risa sonora...

"En los juegos entre el niño y la abuela / siempre pierde / la abuela", se lee en uno de los breves poemas que componen su libro Compañero del viento. Como ese extraño haiku, buena parte del trabajo del iraní consistió en ver por primera vez con exactamente los mismos ojos sorprendidos del niño o, mejor incluso, de la abuela que descubre en la felicidad del nieto la transparencia pura, aunque ya cansada, de su propia mirada. Por fin.

El lugar común dice que el cine de Kiarostami, desde sus primeros cortometrajes, es básicamente un elogio de la sencillez, de la inmediatez, de lo puro. Pero, en efecto, nada tan complicado, elaborado y necesitado de tantas historias como lo que se da por primera vez. Al fin y al cabo, lo original, lo único, no es más que el precipitado de miles de vidas que coinciden en el empeño titánico de mirar lo mismo y reconocerse, todos a la vez, en ello. Una palabra encierra necesariamente un universo.

Abbas Kiarostami nació en Teherán en 1940. Lo hizo bajo una dictadura imperial y, cuando ésta se derrumbó, le tocó aguantar la siguiente. Ésta teocrática. Y así durante una vida entera. "Las personas buscan formas de resistencia ante lo que no les gusta. Unos combaten. Yo creo mi mundo personal, y me alejo", decía. Y así era. Tras una formación más cerca de la fotografía, pronto empezó sus primeros trabajos cerca del milagro. En la década de los 80 empezaría a rodar sus primeras obras incontestables. Y ahí figuran ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), Primer plano (1990) o Y la vida continúa (1992).

Con los 90, llegarían cada una de las películas que le convertirían en referencia de un nuevo cine y en maestro de todos los que vendrían. Primero fue A través de los olivos (1994), una historia de cine dentro de cine rota en un cuento de amor (la película que clausura su trilogía Koker entre la ficción y la realidad). Premonitorio, justo y luminoso. Luego llegaría su Palma de Oro. El sabor de la cereza (1997) no es sólo la historia de un hombre que busca a alguien que le entierre después de su suicidio, es también el relato absurdo, descarnado y perfecto de cualquier hombre necesariamente solo. Cada plano robado a la realidad es fundamentalmente un ejercicio en el que la propia realidad es construida. El hombre al que el protagonista le confiesa sus fúnebres intenciones ni era actor ni sabía que le iban a contar lo que le contaban. De otro modo, ese sujeto era el mismo espectador de la película sorprendido ante el resplandeciente hallazgo de la peor y más triste de las confesiones. Y luego El viento nos llevará (2000).

Kiarostami rodaba con actores puros, también llamados no profesionales. Pero lo hacía no porque desconfiara de la técnica de los primeros, sino consciente del vértigo, empeñado en encontrar la complicidad de lo sorprendente, de lo irrepetible. Y por esa misma razón nadie ha retratado las retinas aún sin tocar de los niños como él. Le gustaban también los coches. Por su facilidad para multiplicar las miradas, instigar a las confesiones y esconder los artificios.

Kiarostami descubrió de la mano de Víctor Erice en sus Correspondencias la inmediatez resistente de la imagen digital. Kiarostami construyó un universo entero de espaldas al espectador en Shirin. El poema épico del siglo XII teje sus amores y traiciones en las miradas de innumerables actrices que prestan sus ojos al patio de butacas. Sólo se ve lo que queda en el vacío detrás de la pantalla. Brutal. Mágico. Kiarostami dibujó los límites mismos de la representación en su penúltima obra maestra, Copia certificada. Kiarostami inventó la mirada. Y así se lo reconoce una tradición que une a Bergman con Antonioni hasta llegar a él.

Kiarostami desconfía de la realidad porque nada es real hasta que no alcanza la compleja sencillez de su sentido. Kiarostami mira detrás de sus gafas oscuras con los ojos abiertos. "Hoy es complicado conseguir tiempo para hacer algo que no tenga función", dijo. Y ayer murió.

Luis Martínez
Diario El Mundo, Madrid, 5 de julio de 2016

domingo, 14 de agosto de 2016

La pasión porteña por Abbas Kiarostami

En la segunda mitad de los 90, el regreso del Festival de Cine de Mar del Plata trajo una sección fundamental: Contracampo, a cargo de Nicolás Sarquís (Palo y hueso, Facundo, la sombra del tigre). Allí se vieron películas de grandes directores que luego serían figuras fundamentales en los festivales argentinos. Por ejemplo El sabor de la cereza de Abbas Kiarostami (que murió el lunes pasado), que venía de ganar la Palma de Oro en Cannes. ¿Cine iraní? ¿Kiarostami? Poco significaban entonces esas referencias aquí. Pero había una historia y una trayectoria de riqueza por explorar.


Kiarostami era ya un cineasta consagrado en Europa cuando se estrenó El sabor de la cereza. Sin embargo, en un fenómeno similar al de los récords de espectadores para el cine de Ingmar Bergman en los 60, la ciudad convirtió ese estreno del Lorca en un fenómeno inusual. Con un lanzamiento inicial de una sola copia, la película, ayudada por una crítica unánime que la calificó de extraordinaria y señaló su estreno como un acontecimiento insoslayable, se hizo moda y expandió su alcance más allá de la cinefilia. Los 130.000 espectadores fueron récord mundial y fueron más que el promedio por copia de Titanic. Era la película que "había que ver". Tanto fue el éxito que luego se estrenó no solamente buena parte de la filmografía posterior de Kiarostami sino además cuatro de sus magníficas películas previas. Y, por un tiempo, fue normal encontrar films iraníes en la cartelera. Y el cine de ese país fue, incluso para ser despreciado con argumentos pueriles, una entidad con existencia, con visibilidad. Eso y mucho más nos trajo Kiarostami, cineasta que, como pasó con el famoso sueco, Buenos Aires supo abrazar con pasión particular.

Javier Porta Fouz
Diario La Nación, 10 de julio de 2016

miércoles, 10 de agosto de 2016

200 funciones a sala llena

Celebramos las 200 funciones del Cineclub La Rosa con el inicio del ciclo dedicado a la directora alemana Doris Dörrie y la proyección de ¿Soy linda? a sala llena.





lunes, 1 de agosto de 2016

¿Soy linda?

Celebramos las 200 funciones del Cineclub La Rosa con la primera proyección del ciclo dedicado a la alemana Doris Dörrie, en la que demuestra su talento en un fresco que tiene en un grupo heterogéneo de mujeres el motor de una historia de una vitalidad desbordante. Será el 10 de agosto a las 20:30 horas, en Austria 2154. Con entrada libre y colaboración voluntaria.


Miércoles 10 de agosto - 20:30 horas
¿SOY LINDA?
(¿Bin ich schön?, Alemania / España, 1998, color, 117 minutos)
Dirección: Doris Dörrie.
Guión: Doris Dörrie, Rolf Basedow y Ruth Stadler.
Fotografía: Theo Bierkens.
Montaje: Inez Regnier.
Música: Roman Bunka.
Elenco: Franka Potente, Steffen Wink, Anica Dobra, Iris Berben, Senta Berger, Gottfried John, Joachim Król, Heike Makatsch, Oliver Naegele, Otto Sander, Maria Schrader y Juan Diego Botto.


Un fresco con múltiples historias y personajes, que recorren el camino que va de la fría y eficiente Munich a los soleados, imprevisibles paisajes de Sevilla. Nadie como Doris Dörrie para hacer de un momento trágico un paso cómico y, al mismo tiempo, de la comedia una pequeña tragedia.

Desde Franka Potente hasta Maria Schrader, no falta nadie. El elenco parece un seleccionado del mejor cine alemán.


Si hay un elemento constitutivo de ¿Soy linda? es su permanente capacidad de sorpresa. Pero las sorpresas que maneja Dörrie no son producto de un efecto, de una manipulación calculada, sino más bien de la naturaleza abierta del material, de la posibilidad de que de un personaje salga espontáneamente otro, y de allí una vinculación con un tercero, hasta ir descubriendo, junto con la realizadora, que hay todo un mundo allí afuera, que merece ser filmado, en toda su perplejidad.

Como en casi toda su obra, los personajes centrales de ¿Soy linda? son mujeres. Ellas son el motor, la energía constante del film, empezando por Linda (Franka Potente, la protagonista de Corre, Lola, corre), que vagabundea por las rutas del sur de España haciéndose pasar por sordomuda. O Francisa (Anica Dobra), que acepta un matrimonio absurdo con tal de olvidar al hombre que ama verdaderamente. O Unna (la siempre gloriosa Senta Berger), que a pesar de su asumida convicción de gran burguesa nunca pudo olvidar el apasionado romance que vivió durante su juventud en Sevilla, con un alemán que se quedó allí para siempre (Otto Sander, uno de los ángeles caídos de Las alas del deseo) y que, como si quisiera dejar de crecer, se volvió amnésico.


Estos son sólo algunos de una galería casi interminable de personajes, entre los cuales no se puede dejar de mencionar al que compone el gran Gottfried John (ex Fassbinder troupe), un galán veterano, muy seguro de sí mismo y de cómo manejar a sus conquistas, hasta que su joven amante decide cortarse la venas en el impecable baño en suite del sacrosanto dormitorio conyugal. Allí, en ese episodio, que es uno de los mejores de un film lleno de hallazgos, se revela la singular capacidad de Dörrie –en esto, nadie como ella– para hacer de un momento trágico un paso cómico y, al mismo tiempo, de la comedia una pequeña tragedia, en la que nunca es ajeno el amor.

En estos feroces, desconcertantes cambios de tono –que son la marca del cine de Dörrie desde los tiempos de En la mitad del corazón (1983), su primer largo– está también el sistema narrativo de su obra, que funciona a pinceladas, como si fuera una serie de bocetos que no tienen la necesidad de ceñirse a una estructura dramática convencional. Así funcionaba ya, en parte, Nadie me quiere (1994), que el año pasado permitió redescubrir a Dörrie para el público argentino. Ahora ¿Soy linda? demuestra que la directora decidió levantar la apuesta, para contar en múltiples historias siempre una, la misma: aquella que dice que el corazón tiene razones que la razón desconoce".

Luciano Monteagudo
Diario Página/12, 5 de mayo de 2000


Temporada X / Función 200
Cineclub La Rosa
Austria 2154