Cambié mi nombre por pura admiración, por deseo de identificación con un autor que me llenaba más que ningún otro: Herman Melville. Mi locura por el cine empezó de verdad con la irrupción del sonoro. Yo tendría unos 15, 16 años. Empezaba el día a las nueve de la mañana, viendo una película en el cine de la Paramount, y lo terminaba de la misma manera, a las tres de la madrugada. Era una obsesión más fuerte que todo. No podía dominar el deseo de ver cine todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo.
En 1947, poco antes de realizar mi primera película, ya lo conocía todo acerca del cine. Y no me refiero solamente al aspecto técnico: me sabía los créditos de las películas de memoria. En la adolescencia me la pasaba repitiendo: “Cuando sea grande, haré películas”. Para estupefacción de todo el mundo, porque en aquella época nadie tenía vocación de cineasta. Debo haber sido el único hombre de mi generación que, antes de la guerra, decía todo el tiempo: “¡Quiero hacer películas!”.
Me han definido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Es una bonita frase, pero no me parece exacta. Hay gente en Francia que, por su forma de filmar, es tan americana como yo, y también hay realizadores americanos cuyas películas parecen más francesas que las mías. No se puede establecer una nacionalidad a partir de la forma de filmar. No quiero ser paradójico y decir que no me siento impresionado por el arte cinematográfico estadounidense, eso sería falso. Es cierto que mis primeras lecciones las he aprendido de sesenta y tres grandes realizadores estadounidenses que me han enseñado la profesión. Aprendí de ese cine hecho en los años ’30 y ’40, como lo aprendieron todos los cineastas de mi generación, ya fueran franceses, italianos, ingleses o japoneses. Nos encontramos frente a una gramática y una sintaxis tan bien elaboradas que no se podían inventar otras.
A pesar de ello, todas las tentativas, todas las experiencias son deseables. Es divertido ver a la gente intentando hacer un cine nuevo, queriendo revolucionar un tipo de narración que ha resistido a todo. La única cosa verdadera, importante, es que el cine vence a todo esto y siempre vuelve a sus formas clásicas. El western es el cine, es la forma más perfecta de espectáculo cinematográfico. Un buen western, en color y en scope, es algo extraordinario. Todas mis películas policiales son westerns trastrocados de ambiente. Es difícil hacer algo que no se parezca a un western.
Hacer películas comerciales no es algo deshonroso. Lo absurdo, desde mi punto de vista, es hacer películas que no encuentren el auditorio debido. Hacer películas que vendan 60.000 entradas es grotesco. Incluso si con ello nos convertimos, para los críticos, en lo máximo. Yo quiero hacer películas que gusten al público. Pero permaneciendo fiel a mí mismo, siendo lo que soy y sin hacer concesiones.
La cualidad primordial que exijo a un héroe de mis historias es que sea un personaje trágico. Quiero que esto se sepa en los primeros cinco minutos de proyección. No creo en la amistad y menos en la amistad viril entre hampones, pero me gusta reflejarla en mis películas. Así como la simpatía que tienen los hampones por los policías y los policías por los hampones. Después de todo, unos existen en relación con los otros. El vestuario del hombre tiene una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de la mujer me importa menos. Cuando es preciso vestirla, la mayoría de las veces mi ayudante se ocupa de ello. Un hombre armado es casi un soldado, y por eso debe llevar uniforme. Les aseguro que esa clase de hombres tiene tendencia a usar sombrero. Además, en términos cinematográficos, un hombre que dispara con sombrero es mucho más impresionante que uno que lo hace con la cabeza descubierta. El porte del sombrero equilibra un poco el revólver en la punta de la mano.
Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar, y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso nunca las ruedo. Me encanta el underplay, que el actor no exprese nada con su rostro. Que quede sólo el comportamiento, para que la gestión interior del personaje se explicite con algo de misterio.
Odio totalmente el mundo contemporáneo. Soy un hombre de esta época porque me sirvo de la técnica actual para mi trabajo, pero no me gusta esta época. Me divierte decir que soy de derecha, porque todo el mundo dice ser de izquierda, y eso me exaspera. Detesto seguir a la mayoría. Además no hay nada tan ridículo como declararse completamente de derecha o completamente de izquierda, porque ambas cosas son imposibles. Podría definirme como anarquista de derecha, si no fuera porque no existe una persona así.
Jean-Pierre Melville
En 1947, poco antes de realizar mi primera película, ya lo conocía todo acerca del cine. Y no me refiero solamente al aspecto técnico: me sabía los créditos de las películas de memoria. En la adolescencia me la pasaba repitiendo: “Cuando sea grande, haré películas”. Para estupefacción de todo el mundo, porque en aquella época nadie tenía vocación de cineasta. Debo haber sido el único hombre de mi generación que, antes de la guerra, decía todo el tiempo: “¡Quiero hacer películas!”.
Me han definido como “el más americano de los realizadores franceses y el más francés de los realizadores americanos”. Es una bonita frase, pero no me parece exacta. Hay gente en Francia que, por su forma de filmar, es tan americana como yo, y también hay realizadores americanos cuyas películas parecen más francesas que las mías. No se puede establecer una nacionalidad a partir de la forma de filmar. No quiero ser paradójico y decir que no me siento impresionado por el arte cinematográfico estadounidense, eso sería falso. Es cierto que mis primeras lecciones las he aprendido de sesenta y tres grandes realizadores estadounidenses que me han enseñado la profesión. Aprendí de ese cine hecho en los años ’30 y ’40, como lo aprendieron todos los cineastas de mi generación, ya fueran franceses, italianos, ingleses o japoneses. Nos encontramos frente a una gramática y una sintaxis tan bien elaboradas que no se podían inventar otras.
A pesar de ello, todas las tentativas, todas las experiencias son deseables. Es divertido ver a la gente intentando hacer un cine nuevo, queriendo revolucionar un tipo de narración que ha resistido a todo. La única cosa verdadera, importante, es que el cine vence a todo esto y siempre vuelve a sus formas clásicas. El western es el cine, es la forma más perfecta de espectáculo cinematográfico. Un buen western, en color y en scope, es algo extraordinario. Todas mis películas policiales son westerns trastrocados de ambiente. Es difícil hacer algo que no se parezca a un western.
Hacer películas comerciales no es algo deshonroso. Lo absurdo, desde mi punto de vista, es hacer películas que no encuentren el auditorio debido. Hacer películas que vendan 60.000 entradas es grotesco. Incluso si con ello nos convertimos, para los críticos, en lo máximo. Yo quiero hacer películas que gusten al público. Pero permaneciendo fiel a mí mismo, siendo lo que soy y sin hacer concesiones.
La cualidad primordial que exijo a un héroe de mis historias es que sea un personaje trágico. Quiero que esto se sepa en los primeros cinco minutos de proyección. No creo en la amistad y menos en la amistad viril entre hampones, pero me gusta reflejarla en mis películas. Así como la simpatía que tienen los hampones por los policías y los policías por los hampones. Después de todo, unos existen en relación con los otros. El vestuario del hombre tiene una importancia capital en mis películas, estoy muy ligado al fetichismo del vestuario. El vestuario de la mujer me importa menos. Cuando es preciso vestirla, la mayoría de las veces mi ayudante se ocupa de ello. Un hombre armado es casi un soldado, y por eso debe llevar uniforme. Les aseguro que esa clase de hombres tiene tendencia a usar sombrero. Además, en términos cinematográficos, un hombre que dispara con sombrero es mucho más impresionante que uno que lo hace con la cabeza descubierta. El porte del sombrero equilibra un poco el revólver en la punta de la mano.
Una escena de amor, con un hombre y una mujer en la cama, es difícil de filmar, y todas las que he visto están mal filmadas. Por eso nunca las ruedo. Me encanta el underplay, que el actor no exprese nada con su rostro. Que quede sólo el comportamiento, para que la gestión interior del personaje se explicite con algo de misterio.
Odio totalmente el mundo contemporáneo. Soy un hombre de esta época porque me sirvo de la técnica actual para mi trabajo, pero no me gusta esta época. Me divierte decir que soy de derecha, porque todo el mundo dice ser de izquierda, y eso me exaspera. Detesto seguir a la mayoría. Además no hay nada tan ridículo como declararse completamente de derecha o completamente de izquierda, porque ambas cosas son imposibles. Podría definirme como anarquista de derecha, si no fuera porque no existe una persona así.
Jean-Pierre Melville
Extraído de Jean-Pierre Melville, volumen publicado en noviembre 2008 por el 23º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Selección, adaptación y notas de Horacio Bernades.
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