Pese a que se conservan varias fotografías con su rostro, seguramente los más famosos perfiles fotográficos de Domingo Faustino Sarmiento sean con su uniforme militar (1852), de sus épocas de gobernador de la provincia de San Juan (1862-1864), y como Presidente de la Nación (entre 1868 y 1974), cuando posó para el afamado retrato con la banda presidencial en 1873 o aquella en la que, con uniforme militar, visita la Exposición Universal de París de 1867. Pero por su tenebroso detalle, común entonces pero incomprensible hoy en tiempos de selfies, sea una de las más famosas la foto post mortem del 11 de Septiembre de 1888 donde se lo observa en un escenario acondicionado por el fotógrafo paraguayo Manuel de San Martín que lo captó en su inmortalidad sentado en su sillón de trabajo.
Fue posible gracias a la colaboración del médico Alejandro Candelón y del diplomático Martín García Mérou, quienes trasladaron el cuerpo de la habitación donde, efectivamente, había ocurrido el deceso y contribuyeron a acondicionar su estampa para las largas horas de exposición que demandaba obtener el daguerrotipo.
Poco más de dos años antes había tenido lugar la primera proyección del cinematógrafo Lumiere, el 18 de Julio de 1896 en el Teatro Odeón, y a tan sólo un año de que hubieran llegado al país las primeras cámaras Gaumont con las que comenzaron los tímidos registros pioneros moría Sarmiento. Eso seguramente explica que, a diferencia de sus contemporáneos Bartolomé Mitre o Julio A. Roca, el auténtico Domingo Faustino Sarmiento no haya sido retratado por el cinematógrafo.
Pero a través de escuelas, actos, monumentos y celebraciones fue consustanciándose en el imaginario popular la estampa de ese último Sarmiento, macizo y entrado en años, con la mirada hilvanada a fuego en el horizonte por la tempestad del espíritu. Era ese -y no otro- el que podía ser evocado en el cine cuando ya el retrato directo no era posible. Ese encuentro va a suceder en 1944 con la épica de Lucas Demare Su mejor alumno, luego de la fundacional La guerra gaucha también producida por Artistas Argentinos Asociados. Los guionistas Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi delinearon los contornos de la historia a partir de Vida de Dominguito de Sarmiento, añadiéndole la vertiente historiográfica sobre el propio autor del libro hasta que llega al viejo Congreso para su jura como Presidente de la Nación pero con la vibrante batalla de Curupaytí donde pierde la vida su hijo como vértice del drama.
El film expone a un personaje patrio de modo nada solemne y permite al espectador consustanciarse con la “parte humana” de uno de los grandes hombres de la Patria. La mímesis -perfecta, exquisita y contundente- del gran Enrique Muiño con el perfil del prócer, confirmó aquél contorno acuñado de tantos retratos escolares. Se sumaron Ángel Magaña como Dominguito, un gran Orestes Caviglia como un no menos exacto Bartolomé Mitre y hasta la eterna madre del cine argentino María Esther Buschiazzo como, no podía ser de otro modo, Doña Paula Albarracín. Tuvo todos los premios, comenzando con el fervor del público en el cine Ambassador de la calle Lavalle que quería “ver a Sarmiento”, ese que tanto había gravitado en el imaginario de su niñez. El film tuvo su estreno en una función a beneficio de los damnificados por el terremoto de San Juan a la que concurrió el presidente Farrell y estuvo veinte semanas en cartel. Ya había tenido lugar cuatro años antes el estreno de Huella, dirigida por Luis Moglia Barth, donde Hugo Mac Dougall y Manzi se basaron en un fragmento de Facundo, libro inaugural de la literatura argentina en la pluma de Sarmiento que sería revisitado con mayor o menor cercanía en diferentes retratos sobre su personaje central desde el primigenio cine mudo argentino.
Sarmiento personaje volvió al cine en 1949, gracias a el reflexivo perfil que le otorgó Juan Bono, esta vez en la no menos extraordinaria Almafuerte donde visitaba a un esforzado Pedro Bonifacio Palacios que delineó Narciso Ibánez Menta. Pero ya Sarmiento era un nombre repetido en Sucesos Argentinos en el reflejo del guardapolvo blanco de los actos escolares o en los viajes de la Fragata, como aquél a través del Río Paraná rumbo a Rosario para celebrar el Día de la Bandera en la emisión número 496 de 1948 o el Noticiario Panamericano con Por la ruta de Sarmiento de 1955. Pero Sarmiento continuaba siendo Enrique Muiño para el cine como confirmará su breve aparición en ese rol para Escuela de Campeones en una síntesis que rescataba los orígenes del deporte de balón pie cuando Sarmiento ocupaba el sillón de Rivadavia. Curiosidades del destino si La vida del gran Sarmiento, película sobre el guión de Bendahan de Vega, hubiese llegado a término el primer Sarmiento del cine quedaría asociado a Juan Bono, el primero que se acercó a ese rol trunco pero al que volverá además de Almafuerte en El grito sagrado, con la reconciliación con Mariquita Sánchez de Thompson, o en el exilio a Chile en El amor nunca muere, todas en la lente de Luis César Amadori.
El nuevo cine argentino, primero con Murúa y Torre Nilsson en los sesenta y luego con los jóvenes contemporáneos de hoy, realizará múltiples relecturas del tradicional “perfil sarmientino” desde 1420, la aventura de educar a Después de Sarmiento, haciendo foco en las virtudes y carencias del modelo educativo. Pero aún quedará un nuevo Sarmiento, el de un actor sanjuanino llamado Boy Segovia. En Sarmiento, un acto inolvidable vuelve a ser personaje, escapando de la fantasmagórica imagen final de 1888 y trasladarse como portero de una escuela para dejar limpio el patio en un juego que permite, una vez más, las cercanías y diferencias entre aquél pasado de próceres inmaculados y un presente donde todo entra en cuestión.
Pablo De Vita
Diario La Prensa, 11 de septiembre de 2020
El autor es crítico cinematográfico, profesor universitario y periodista cultural. Investigador del Instituto de Artes del Espectáculo de la UBA, integra el Museo del Cine y la comisión directiva del Centro PEN de Argentina. Es Académico de Número de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
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