A 60 años de la muerte del actor.
Bogie era un cínico. O más bien, llevaba una coraza de cínico. Intentaba mostrar que tenía tan poca fe en el mundo como la que tenía de sí mismo. Pero bajo ese disfraz de tipo duro, mirada férrea, cigarrillo inseparable y noches de copas, se encontraba un melancólico. Alguien que empatizaba y se preocupaba de sus amigos, su familia, su país y la gente en general.
Todos llevamos un cínico dentro. Solemos pensar que vivimos en el peor de los tiempos y tendemos al inconformismo. "Si esto es café, tráigame un té, pero si esto es té, por favor, tráigame un café", que diría Abraham Lincoln. Si ahora se habla de posverdad, del auge de los populismos, el terror que induce Trump, el timón de Reino Unido tras el Brexit o las futuras elecciones europeas, en la época de Bogart el mundo se cernía en el más absoluto apocalipsis.
El auge del fascismo en Italia, del nazismo en Alemania, de la Unión Soviética, los rencores arraigados entre Estados europeos tras la Primera Guerra Mundial y una profunda crisis económica hacían del mundo un polvorín a punto de estallar. Cuando Hitler invadió Polonia junto a la Unión Soviética en 1939, Bogie era apenas un actor de segunda, muy lejos del caché y el sueldo de compañeros suyos de la Warner como Edward G. Robinson o James Cagney.
Hubo actores que se alistaron voluntarios para combatir a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, entre ellos superestrellas como Clark Gable o James Stewart. Bogart en cambio era demasiado mayor para alistarse -tenía 42 años cuando Estados Unidos entró en el conflicto-. No cogió un fusil para defender a su patria, pero hizo algo más valioso, Casablanca.
Es curioso, pero al actor le empezó a ir mejor que nunca cuando el mundo se despellejaba a su alrededor. En el período de tiempo que duró la guerra, el neoyorquino alcanzó la cima profesional y se enamoró de la mujer de su vida, Lauren Bacall. Bogie ponía fin al ninguneo al que le había sometido la industria cinematográfica durante décadas y se divorciaba de la nociva y alcohólica Mayo Methot, quien en una discusión le llegó a clavar un cuchillo. Se hacían realidad la mítica frase de Casablanca, "el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos".
Tal vez él no le dio la suficiente importancia en su momento, pero esta película fue una de las reivindicaciones políticas más importantes de la historia del cine. En 1942 la balanza se inclinaba del lado de las fuerzas del Eje en el conflicto bélico. Estados Unidos necesitaba un héroe, un símbolo, algo que insuflase nueva esperanza a la sociedad. Ese fue Rick Blaine, dueño del Rick's Cafe y del corazón de millones de cinéfilos.
Los ojos vidriosos del protagonista mientras escucha As time goes by y sostiene una copa de whisky en la mano reflejan la misma expresión que el propio Bogart portaría en varios momentos de su vida. Bacall recuerda varios en su biografía, entre ellos el del día de su boda, cuando Bogie le regalo un silbato de oro con la inscripción "si me necesitas, silba".
Compromiso político
La política siempre ha estado presente en el cine y entre sus protagonistas. Muchos temen las políticas que Trump pueda llevar a cabo tras sus constantes salidas de tono y el sector cinematográfico no se queda atrás. En los años de Bogart este temor tenía forma de siglas: el CAA (Comité de Actividades Antiamericanas).
Después de la guerra, la Unión Soviética dejó de ser aliada y se convirtió en rival. Truman, presidente tras haber fallecido Franklin D. Roosevelt, convivía con un Congreso republicano que exigía mano dura con los comunistas. Fue nombrado presidente del CAA John Thomas en 1947. Al poco tiempo hizo la siguiente declaración: "Nos han facilitado el nombre de cientos de personalidades muy destacadas de la capital del cine que son comunistas". La caza de brujas había comenzado.
Thomas citó a declarar en audiencia pública a 19 directores y guionistas sospechosos de ser comunistas -entre ellos el conocido Dalton Trumbo-. La industria del cine se sintió amenazada. Se estaba escupiendo sobre un derecho fundamental defendido en la Primera Enmienda de la Constitución americana: la libertad de expresión.
Bogart lideró un colectivo conocido como Comité de la Primera Enmienda, formado por personas de la industria del cine contrarios a los desmanes del CAA. Entre los participantes se encontraban Rita Hayworth, William Wyler, Paul Henreid, Lauren Bacall o John Huston. Bogie y Bacall lideraron la comitiva que se presentó en Washington para protestar ante los principales órganos de poder americano por lo que estaba sucediendo. John Huston llegó a mudarse a Irlanda y a declarar: "Estados Unidos había dejado de ser (al menos por un tiempo) mi país". ¿Cuántos artistas de Hollywood piensan igual ahora?
Si algo caracterizó a Bogart es que nunca se dio mucha importancia. Ni cuando protagonizó Casablanca, ni cuando lideró la lucha contra el CAA. Se podría decir que es la antítesis del postureo. Siempre se mantuvo sobrio, no en su acepción etílica, por supuesto. En una ocasión que su mujer compró una mesa muy cara y le señaló que no podía dejar vasos encima sin usar un tapete él le replicó: "Si una mesa no sirve para sostener una copa, no sirve de nada".
Su humildad le acompañó incluso tras ganar el Oscar a mejor actor por La reina de África (1951). Al contrario que los habituales discursos grandilocuentes a los que nos tienen acostumbrados los galardonados, Bogart se despachó con una breve alusión de medio minuto a Katherine Hepburn y al director John Huston.
El 14 de enero hace 60 años que nos dejó Bogie a causa de un cáncer de esófago. Se fue la mirada melancólica de Hollywood, el héroe romántico, elegante y humilde que no comprendería el mundo en el que vivimos hoy. Siempre nos quedará Casablanca.
Borja Negrete
Diario El Mundo, España
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