Tras veinticuatro años de exilio, Luis Buñuel,
un reconocido antifascista que había basado su carrera en la confrontación con
el público y en el desafío a los límites creativos, fue insólitamente invitado
por el gobierno de Francisco Franco a rodar en su país natal y realizar allí
una coproducción con México.
El resultado: Viridiana obtuvo la Palma de Oro en Cannes (al día de hoy es la única obtenida en toda la historia del cine español), fue ampliamente aclamada por la crítica (es considerada por una notable mayoría como su mejor película) y por supuesto, provocó un escándalo mundial.
Como era de esperarse, en Viridiana se desprenden
todos los elementos que han obsesionado al realizador a lo largo de su carrera:
su desprecio por la burguesía, por el clero católico, los fetichismos y las
perversiones sexuales.
El reparto es excelente; Buñuel se reencontró
con Francisco Rabal, y trabajó por primera vez con Silvia Pinal y Fernando Rey
(a quienes volvería a dirigir en varias ocasiones). La película además cuenta
con la presencia de personajes que interpretan a gente muy pobre; uno de ellos
denominado “el leproso” era un auténtico mendigo.
Increíblemente, casi todo el film había logrado escaparle a la censura franquista. El final fue la única objeción de las autoridades a Buñuel, quien lo cambió por uno mucho más polémico (“pernicioso” según sus palabras). Antes de pasar nuevamente por el último control de censura y ser estrenado en España, el negativo fue trasladado a París, con la excusa de que allí existían mejores estudios para realizar la sonorización y las mezclas finales, algo en parte cierto. Una vez en Francia, la copia fue enviada clandestinamente al Festival de Cannes, la noche anterior a su proyección, en donde efectivamente se realizó su estreno oficial.
En el Festival se encontraba el Director General de Cinematografía de España, Muñoz Fontán, quien tras la ausencia de Buñuel (se encontraba enfermo en París) y el ofrecimiento de los productores de Viridiana, subió al escenario a recibir el galardón, uno de los más prestigiosos a nivel mundial. Al día siguiente, el entonces ministro de Información y Turismo, Gabriel Arias Salgado, lo destituyó de su cargo.
A causa de un artículo hostil publicado en el periódico oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, en el que calificaba a la película de "blasfema", Franco, quien la había visto dos veces y no encontraba nada demasiado "censurable" (Buñuel decía que después de todo lo que vio, debía parecerle más bien inocente) no tuvo otro remedio que ordenar la quema de todas las copias del film que se hallaran en España; hacerlas desaparecer, como si Viridiana nunca hubiese existido.
Afortunadamente dos de ellas quedaron a salvo. Una, se encontraba en los estudios de París y fue llevada a México personalmente por Silvia Pinal. La otra, permaneció enterrada en la finca de la famosa familia de toreros "Dominguín" en España, hasta que Juan Luis Buñuel (hijo del director) pudo trasladarla envuelta entre capotes de torero en una camioneta y retirarla. El film pudo ser estrenado allí recién en 1977.
Al igual que en sus mejores películas, Viridiana constituye una obra
inteligente, ingeniosa, profundamente sarcástica y sin ningún tipo de
compromisos. Una pequeña venganza de un exiliado al dictador que lo derrotó.
Buñuel tendría la última palabra al regresar
nueve años después, en 1970, para realizar Tristana:
una oportuna pieza de acompañamiento a Viridiana.
Cristian N. García
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