lunes, 25 de abril de 2011

Siempre veo "El Ciudadano" por primera vez

A propósito de la exhibición de El Ciudadano, a 70 años de su estreno, José A. Martínez Suárez nos envía este texto en donde deja claras las razones por las cuales hay que volver a ver el clásico de Orson Welles qu proyectaremos el sábado 30 de abril a las 20 en el Cineclub La Rosa, Austria 2154.


Siempre veo El Ciudadano por primera vez

No debo ser el único al que le ocurre lo mismo.

Cada vez que la veo, para mí es una película nueva.

Y continúo descubriéndole cosas.

70 años después, sí.

La considero una Biblia cinematográfica.

Cuanto más la leo, más la interpreto.

Además de en el Ideal, Núcleo, Lorraine, Cine Arte, Gente de Cine, Malba, Sha, la Lugones, Cosmos y no sé cuántas salas más de arte y de barrio en Buenos Aires, la vi por todo el país.

En Dolores, Rosario, Bahía Blanca, Córdoba, Resistencia, Balcarce, Neuquén, San Nicolás, Bariloche, Tandil, Gualeguaychú, Humberto Iº...

Los sitios siguen: Ushuaia, Tucumán, Trelew, Miramar, Tostado, General Pico, Viedma, Ingeniero Fuster...

Todo empezó, claro, mucho antes que el VHS y el DVD.

No es que la llevara encima. Es que en aquellos tiempos cuando llegaba a una población -casi siempre por trabajo- lo primero que hacía al llegar al hotel era averigüar si esa noche funcionaba el cine, y qué película estaba programada.

Todas esas veces, y algunas más, coincidimos.

Ir al cine luego de haber estado haciendo cine, era y aún sigue siendo para mí, la mejor forma de felicidad, aprendizaje y descanso.

Por eso me pregunté por todo el país (y por el extranjero, pero eso ya deben suponerlo) hasta dónde quedaban grabadas algunas de esas para mí inolvidables imágenes, en los espectadores que me acompañaban.


¿Recordarían el breve monólogo reminiscente de Everett Sloane relatando la mañana en que vio a la muchacha de la capelina con la que se cruzó su transbordador?

¿Se asombrarían del gigantismo del puzzle, de la escalera y de la chimenea de Xanadú?

¿Sacarían conclusiones oblicuas acerca de porqué el mayordomo dice que la última palabra pronunciada por Kane fue "Rosebud", si la primera vez que el espectador la escucha no hay nadie junto al moribundo y la enfermera entra recién al escuchar el sonido de la bola de cristal que dejó caer la mano de Kane, rompiéndose contra el piso?

¿Se estremecerán, sin darse cuenta ni preguntarse porqué sintieron ese escalofrío al escuchar el ríspido graznido de la cacatúa, sin advertir que lo provocó el sutil escamoteo técnico de la banda de sonido adelantada ocho cuadros al de la imagen?

¿Sospecharán que efectivamente Kane se refería a su trineo cuando Dorothy Comingore le pregunta qué andaba haciendo por ese barrio en el que es salpicado de lodo por un carruaje, circunstancia que da comienzo al inicio del romance entre ambos, luego que Kane le responde "Buscando unos antiguos elementos familiares"?

¿Alguien recordará el insólito efecto de la inesperada animación de la fotografía del grupo de periodistas birlados al diario competidor?

Puedo dar cientos de ejemplos más.

Y dentro de unos años, otros tantos.

Porque podríamos seguir así mucho tiempo, deleitándonos en el recuerdo de imágenes que nos vienen acompañando a través de los años, sin que el olvido se inmiscuya en la memoria.

No ver El Ciudadano por lo menos cada doce meses, es pecado de cineasta.

Permanezcamos puros.

MS/
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