miércoles, 23 de agosto de 2017

'El poder de los sentimientos', de Kluge, eleva el tono del Festival de Sevilla

Este artículo apareció en la edición impresa del Diario El País de Madrid, el miércoles 9 de noviembre de 1983, tras la proyección de El poder de los sentimientos, de Alexander Kluge, en el festival de Sevilla.


Densa, tensa e inteligente es la película de Alexander Kluge que ayer se exhibió en el Festival de Cine de Sevilla. La fuerza de los sentimientos es una gran ópera moderna montada con fragmentos de la historia, de la historia vivida y la historia filmada, de la historia inventada para que se filme y de la historia cantada en las óperas que cantan la historia humana. Es, por todo ello, un enorme collage -Kluge es un gran aficionado a utilizar y superponer retazos de lo que sea, como muestra su filmografía anterior-, una introspección y una exteriorización al mismo tiempo, realizada por uno de los directores más intelectuales de cine alemán.

El autor de Artistas bajo la lona del circo: perplejos no ha llegado al cine por el camino de la imagen, sino más bien por el del pensamiento. Y esta característica, que en otro realizador menos dotado podría resultar temible, es un verdadero alivio para el espectador, que tiene que deglutir día a día un lamentable y costoso cúmulo de trivialidades sintetizadas en celuloide.Wagneriana y y brechtiana, La fuerza de los sentimientos (título con que se conoció en España) es una pelicula dura y reconfortante a la vez, porque muestra el desastre, pero también la forma en que se es capaz de reflexionar ante el desastre. Y su intención se resume en las palabras del veterano cantante de ópera que aparece al principio del filme: aun después de 84 representaciones, uno puede sonreír con esperanza en el primer acto, porque uno no puede saber todavía en el primer acto que todo acabará tan mal en el quinto.

Junto a la intensidad de la película de Kluge -rodada en el escenario impresionante de una ciudad alemana del Rhine-Main en reconstrucción, destaca desfavorablemente la artificiosidad del filme francés L'été meurtrier, de Jean Becker.

Maruja Torres

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