lunes, 6 de abril de 2015

Cochengo Miranda, un encuentro en el desierto patagónico

Susana Mulé, la autora del hermoso retrato que ilustra esta nota, visitó a Cochengo Miranda en la que cuenta fue "la experiencia más importante en mis 20 años de hacer fotografía profesional". A continuación, el texto que escribió para su ensayo sobre la vida en El Boitano y el oeste pampeano.


En 1986 Jorge Prelorán me propuso viajar a La Pampa para pasar unos días en El Boitano y fotografiar a Don Cochengo y Maruca en su ambiente, porque tenía intención de publicar un libro con las décimas que ha escrito este entrañable hombre. Hice las gestiones y conseguí mediante instituciones oficiales los medios para viajar a tan remoto lugar que incluía una camioneta de Vialidad Provincial para trasladarme hasta Santa Isabel. Para ubicarlos geográficamente debo decir que se cruza el país de Este a Oeste y que el solitario paraje se encuentra donde se junta el Sur de Mendoza con el Oeste de La Pampa, en el límite donde comienza la Patagonia.

El chofer resultó ser un simpático joven que se mostró bastante sorprendido que una mujer sola con su equipo fotográfico se largara a aquellas lejanas tierras.

A medida que avanzábamos por el desierto pampeano la vegetación se hacía más baja y espinosa y la tierra fina y blanca se metía por los resquicios que permitían los vidrios cerrados.

A media tarde, bajo un sol abrasador, nos detuvimos en el polvoriento camino para abrir una tranquera. Muy diligentemente ofrecí mi ayuda para mantenerla abierta mientras él la trasponía. Observé una sonrisita socarrona pero aceptó agradeciendo. Cuando bajé, una nube de jejenes me asaltó. Yo tengo pánico a los bichos que pican. Volví volando a la camioneta para untarme con repelente para mosquitos, despertando así la hilaridad de mi guía quien me aseguró que el ungüento era condimento para los bichitos. A partir de ese momento todo fueron bromas acerca de mi condición de porteña. Cuando llegamos a El Boitano y salieron a recibirme Maruca y Cochengo, inmediatamente se estableció una fuerte corriente de simpatía y afecto.

Estuve apenas 4 días pero el tiempo perdió dimensión.

El guía de Vialidad se volvió a Santa Rosa y quedó en volver a buscarme pues yo tenía reservado mi pasaje de avión a Buenos Aires.

Enseguida me adapté al ritmo de vida de ellos. Nos levantábamos a las 7, tomábamos mate y luego Don Cochengo salía a trabajar con los animales. Yo lo seguía con mi cámara, lo espiaba, lo registraba, él no se inmutaba. Tenía como un orgullo de "ser" dentro de una gran humildad. La humildad que emana de los grandes hombres:

"Soy el eco de la tierra y el canto de la independencia, soy de aquella descendencia de criollos que no se aferran, de esos que sin hacer guerra ven las fronteras abiertas y en esta pampa desierta donde no avanza la ciencia nacen hombres de conciencia con la frente descubierta".

En la serenidad del atardecer y con el pausado ritmo que impone la grandeza de la naturaleza, nos sentábamos bajo el alero a charlar y tomar mate. Maruca ya había mojado la tierra y el jardín que a pesar de la sequía de casi un año sin lluvias y gracias a sus cuidados daba algunas débiles verduras y también sus flores. Los dos perros y el gato se echaban cerca. Traía la cámara y fotografiaba. Horizonte plano, raso, sólo hacia el oeste las cumbres de la Precordillera. Silencio... sólo interrumpido por las aspas del molino que giran, algunos mugidos... y la voz de Cochengo... sus recuerdos... Sus abuelos habían vivido en el Fortín Malargüe y fueron "quemados vivos por los indios" (sic). Se acuerda del río Atuel que -después de un largo conflicto interprovincial que ganó Mendoza- se secó convirtiéndose en desierto lo que había sido un vergel. Esto fue allá por el 19. Dice :

"En aquellos tiempos dijeron de hacer un dique en el Valle Grande, que es un dique muy grande en los cerros de San Rafael para arriba ¿no? en Mendoza. ¡Qué maravilla! ¡Ese es un mar!.. Después, más después, hicieron El Nihuil, que es un gran embalse que no me canso de ponderar... Y así se secó el río Atuel. Aquellos años, no olvido, eran tan lindos y hermosos... Mis viejos eran dichosos por los logros producidos, los campos eran floridos por las lluvias que abundaban, los puesteros prosperaban... Pero al transcurrir el tiempo Dios castigó para ejemplo y los bienes terminaron".

Cuando oscurecía se prendían los "sol de noche" y mientras Maruca cocinaba Don Cochengo seguía contando anécdotas, yo lo grababa y cámara en mano seguía sus gestos, su mirada, pero debo reconocer que muchas veces no me atreví a apretar el disparador. Sentía que no podía violar esa intimidad. Seguramente me perdí grandes fotos pero la vivencia superó cualquier expectativa... fue como cuando se es niño y todo es descubrimiento.

Han pasado muchos años, el libro no se publicó aún. Y don Cochengo ya lamentablemente no lo verá. Decía:

"Nosotros los pobres no olvidamos nuestras costumbres y creo que no se olvidarán, los criollos no olvidan. Porque si ese trabajo existió de muy muchos años atrás, no puede terminar nunca...¡ jamás! Mientras existan criollos. Ahora cuando ya... esté dominado el país por los gringos, será otra cosa, no?... cambiará... Pero mientras habíamos criollos, quien sabe si vamos a dar todavía lugar... porque vamos a luchar hasta lejos, a combatir esas cosas por nuestras tradiciones".

Susana Mulé

Para ver todo el trabajo: https://www.flickr.com/photos/susanet/

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